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El Carrizos: ¡Ladrón, señor, no ratero!

En la historia criminal de México habitan todo tipo de asesinos y hampones, desde los más grotescos que causan repulsión como César Librado Legorreta, “El Coqueto”, Goyo Cárdenas, José Luis Calva Zepeda, “El Caníbal de la Guerrero”, hasta los más extraños como “El Mataindigentes” o Juana Barraza, “La Mataviejitas”; otros pasan poco menos que desapercibidos, pero hay sin duda, algunos con rasgos muy particulares que viven en la memoria colectiva e incluso, se vuelven por alguna causa en particular, entrañables.

Esta vez les platicaré de Efraín Alcaraz Montes de Oca, que, por su nombre no nos dice nada, pero sí, su mote delincuencial de “El Carrizos” y su largo historial criminal, donde destacan sus atracos a la residencia del mismísimo Presidente Luis Echeverría Álvarez y la del pentapichichi, Hugo Sánchez.

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Efraín Alcaraz Montes de Oca, alias “El Carrizos”, nació en una familia muy pobre. Durante su infancia pasó hambres, nunca tuvo un pastel de cumpleaños, mucho menos un regalo o un juguete traído por los Reyes Magos, y de afecto, ni hablamos. A muy corta edad, se dio cuenta de que la vida era muy desigual para algunos como él, quien prácticamente aprendió a sobrevivir en la calle.

La pobreza en la que se desarrolló, lo orilló a hurtar desde muy pequeño. Sus primeros pasos en el hampa los dio arrebatando bolsas a las señoras y robando bicicletas en su barrio. Su complexión delgada le ayudaba a salir corriendo y escurrirse para ponerse a salvo. De ahí su familia lo apodó “El Carrizos”. En su adolescencia se hizo amigo de Rafael Infante “El Cuatro Vientos”, o también conocido como “El Dedos de Seda”, un mete mano profesional que se dedicó en los años 40 y 50 a bajar carteras por Los ángeles, California, Chicago y Nueva York; se cuenta que asistía a los juegos de la Serie Mundial de beisbol para desplumar a la más exclusiva clientela. Este sujeto le enseñó el “oficio” de carterista y Efraín asistía a los espectáculos masivos en la Arena Coliseo, el Teatro Blanquita, la Plaza de Toros México, funciones de circo, donde obtenía buen botín. Años después conoció a “El Conejo”, un delincuente que lo enseñó a “golear”; es decir, a vender y empeñar piezas de cobre como si fueran de oro en el barrio bravo de Tepito.

El Carrizos: ¡Ladrón, señor, no ratero!

Pero Efraín era un chico muy astuto, envolvía con la palabra y sus manos desarrollaron mucha destreza, esto, más su desmedida ambición, le exigían retos más aventureros y fue entonces, cuando recordó las palabras de su abuelo, quien un día le dijo: “hijo, si ya no te compones, si no eres el mejor, cuando menos, que no seas del montón”.

Como un llamado del destino, en la década de los 60, a ritmo de swing “El Carrizos” conoció en una kermés en el Polvorín, en la calle 25, de la Colonia Prohogar, a “El Elotes”. Un tipo que se dedicaba a “zorrear” (asaltar casas-habitación), quien le enseñó a abrir chapas, cerraduras, cajas fuerte y desactivar alarmas. Este ladrón adquirió gran fama por haberse robado las pistolas que utilizaron los competidores de tiro al blanco en las Olimpiadas de México 1968. Un delincuente asiduo que causaba sensación cada vez que lo detenían con grandes botines y lo presentaban en las comandancias de policía. Hasta que el puñal de otro hampón apodado “El Chato”, le cortó la vida.

Pero “El Carrizos” le aprendió bien todos sus trucos y destrezas y comenzó su trayectoria como “zorrero”, se juró ser todo un profesional y no defraudar a su abuelo.

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