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El listado de la herencia original de Pérez de Castro citaba el ‘caravaggio’

El inventario de obras de arte que Evaristo Pérez de Castro dejó en herencia a su familia hace dos siglos incluía la mención expresa de un eccehomo de Caravaggio. Este dato refuerza la atribución de los expertos que han examinado ese cuadro, que iba a salir a subasta a través de la casa Ansorena el pasado 8 de abril, pero presentado como obra del círculo de Ribera y con un precio de 1.500 euros. Los herederos de Pérez de Castro han declarado que desconocían la autoría del artista italiano del siglo XVI, lo cual implica que esa valiosa información se perdió en algún momento de una generación a otra. Los expertos calculan que en España el cuadro puede valer entre 20 y 30 millones de euros, y más de 130 si se hubiera podido sacar a la venta en el extranjero, lo que fue impedido por Cultura al conocerse las sospechas sobre la autoría.El listado de la herencia original de Pérez de Castro citaba el ‘caravaggio’ El listado de la herencia original de Pérez de Castro citaba el ‘caravaggio’

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Evaristo Pérez de Castro protagonizó un capítulo vibrante de la historia de España como unos de los redactores de la Constitución de 1812, que además presidió el Gobierno bajo la regencia de María Cristina. Dos siglos después su figura reaparece como el propietario de una selecta colección de arte como demuestra el inventario de las piezas que conservó hasta su muerte, recogido en el Archivo de Protocolos de Madrid y al que ha tenido acceso EL PAÍS. Ese centro gestionado por la Comunidad de Madrid custodia los protocolos centenarios de los distritos notariales de la región.

En el inventario redactado a mano con la floritura de la escritura de la época aparece, en la primera página, en el tercer puesto, el eccehomo’ atribuido a Caravaggio que intercambió por un San Juan Bautista de Alonso Cano con la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1823. El lienzo es propiedad ahora de una parte de sus herederos actuales, los tres hijos de Antonio Pérez de Castro.

Pedro J. Martínez, conservador del Prado y autor del libro Coleccionismo de Pintura en Madrid durante el siglo XIX, en el que aparece la figura de Pérez de Castro ha señalado a este periódico: “Tenía 89 pinturas con una alta valoración, 204.960 reales de la época, además de estampas y una extensa biblioteca, entre otras piezas”. En el siglo XIX la pieza estuvo valorada en 16.000 reales, la segunda obra más cara de la colección de Evaristo Pérez de Castro, solo por detrás de otro eccehomo firmado por Carracci, según la tasación que hizo a su muerte Vicente López, un pintor vinculado al Museo del Prado que asesoró a diferentes coleccionistas. Martínez explica que ese tasador “tenía buen ojo y criterio, conocía muy bien las colecciones reales y otras de particulares. Si lo tasó en ese precio es porque era de lo mejor de la colección”.

Pérez de Castro formó parte de un reducido grupo de personajes (menos de una decena), todas vinculadas con la Academia de San Fernando, de la que formó parte desde 1800, que fueron armando pequeñas colecciones de entre 100 y 150 piezas. Todos se conocían. Tomaban café con artistas, coleccionistas. Se reunían en sus casas y visitaban las colecciones de unos y otros. Obras siempre en buen estado porque se preocupaban de tenerlas adecentadas, algunos hasta disponían de talleres en sus propias viviendas.

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El listado de la herencia original de Pérez de Castro citaba el ‘caravaggio’

Las obras de Pérez de Castro que aparecen en el testamento están numeradas de manera topográfica, es decir, Vicente López fue habitación por habitación catalogándolas, respetando la disposición en las que el político liberal las tenían expuestas. Estos números, cuenta Martínez, pudieron estar pintados o colgados en etiquetas en las piezas. Una referencia que con el paso de los años ha desaparecido, según las imágenes que han trascendido del cuadro que los actuales Pérez de Castro trataron de vender en Ansorena. “Llama la atención que el eccehomo de Caravaggio estuviera colgado muy cerca del de Carracci, por el contraste que ambos harían juntos, ya que pertenecen a propuestas estéticas opuestas”, apunta el conservador.

La manera en que Pérez de Castro consiguió su eccehomo de Caravaggio, explica Martínez, era habitual: “La mayoría de estas permutas coinciden en el Trienio Liberal, como si en esa época se hubiera producido una especie de vacío de poder, si se puede interpretar así cuando el rey está más o menos secuestrado”. El conservador recuerda que estos intercambios también se produjeron con el Museo del Prado, “en ocasiones más generosos para el coleccionista que para el museo. Un ejemplo muy relevante fue el de Manuel López Cepero, un diputado de Sevilla que más o menos conchabado con el príncipe de Anglona, director del Museo del Prado en aquel momento, cedió dos zurbaranes a cambio de un buen número de cuadros”.

Riberas, goyas y jóvenes promesas

Pérez de Castro también adquirió piezas de Ribera (San Jerónimo o La Avaricia), de Alonso Cano (San Francisco de Asís, la obra que los actuales herederos vendieron por 12.000 euros en la misma subasta de Ansorena donde salió a la venta el supuesto caravaggio) o de Velázquez (retrato de Covarrubias). Coleccionó también tres pinturas de Goya relacionados con la Guerra de Independencia, una de las cuales era un boceto que la Academia consideró años más tarde como original del pintor, según escribe Martínez en su libro. Es probable, además, que Goya conociera los cuadros de Pérez de Castro. El pintor retrató al político como hizo con otros tantos amantes del arte de la época. “Es uno de los fantásticos retratos de Goya”, dice una experta en el artista que confirma que el político liberal fue pintado en el cuadro que forma parte de la colección del Museo del Louvre, en París, desde 1902, cuando fue vendido por el marchante francés Paul Durand-Ruel que, a su vez, se lo había comprado al coleccionista español Manuel Soler y Alarcón. Resulta interesante que Goya le dibujase con un portacarboncillo en la mano y unos papeles que dan la sensación que acaba de dibujar.

Martínez desconoce qué tipo de relación tenían, pero asegura que el interés de Pérez de Castro por la obra de Goya va más allá de la mera apreciación estética. “Poseía los 33 grabados al aguafuerte de Goya que representan corridas de toros, la colección entera de tauromaquia. Se trata de una de las últimas series grabadas del artista”, dice al revisar el inventario. “Estas estampas enmarcadas también eran habituales en estos años; lo que ya resulta más extraño, solo los coleccionistas con mejor gusto y vinculados a los ámbitos artísticos las tenían, son las denominadas estampas en cartera”, apunta el experto. “Indica cierto interés, porque no son ya estampas para decorar, sino para ‘disfrutar’ o aprender de ellas”.

Otra de las particularidades de Pérez de Castro era su gusto por los artistas contemporáneos de su época. “Compró obra de Genaro Pérez Villaamil (dos vacadas e Interior de la iglesia de San Andrés), Juan Gálvez (Un incendio) y José Felipe Parra (Ramo de flores). En ese momento era singular apostar por este tipo de autores nuevos”, continúa Martínez. Tres pintores que, además, reforzaron el peso que en la colección tuvo la pintura flamenca y en la que figuran autores de la escuela francesa. “Su interés por los jóvenes también podría deberse a la condición de paisajista de su propio hijo Pedro Pérez de Castro [1823-1902]”, escribe Martínez.

El legado de Pérez de Castro se dividió a su muerte entre su viuda Francisca de Brito (para la que mandó hacer un álbum de dibujos en el que participaron entre otros, Juan Antonio de Ribera y su hijo Carlos Luis, José de Madrazo y su hijo Federico de Madrazo) y sus cuatro hijos. “Una vez repartida la colección entre sus herederos, lo habitual en el siglo XIX es que las obras se fueran vendiendo. Por mi experiencia, lo que le suele quedar a las familias son cuadros de menor valor y calidad, a menos de que no supieran lo que tenían”, explica el conservador. El supuesto caravaggio ha permanecido durante más de 200 años en la misma familia, según asegura Jorge Coll, el anticuario responsable del estudio, la restauración y la venta de la pintura por designación de la familia.

“Las donaciones eran extrañísimas en la época. La Academia de Bellas Artes de San Fernando recibió más obras”, apunta Martínez. Por esta razón el trabajo de este conservador y estudioso del arte, como de tantos otros, se topa con la frustración cuando trata de seguir la pista de este tipo de conjuntos artísticos que en la mayoría de los casos acaban en manos privadas. “A lo mejor parte de la de Evaristo Pérez de Castro ha supuesto el inicio de otras. Es la disolución natural de estas colecciones”, concluye.

Diplomático y político liberal

Diplomático y político liberal, Pérez de Castro encarna el convulso siglo XIX español. Elegido diputado por Valladolid, tuvo un papel destacado en las Cortes de Cádiz desde el inicio. “Es uno de los diputados más interesantes, activos y curiosos”, sostiene el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz, Alberto Ramos. Nacido en Valladolid en 1769, ocupó diferentes puestos diplomáticos hasta que “su vida dio un giro tras la invasión francesa de 1808”, en palabras de Carlos Rodríguez López-Brea, profesor de la Universidad Carlos III y autor de la entrada dedicada al político en el Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia. “Su beligerancia liberal y su incuestionable preparación intelectual”, escribe el historiador sobre su papel en las Cortes de Cádiz, “le encumbraron como uno de los trece vocales de la Comisión a la que las Cortes encomendó elaborar el borrador de la que sería después conocida como Constitución de Cádiz”.

Su suerte brilló durante los periodos liberales, pero tuvo que exiliarse durante las reacciones absolutistas de Fernando VII, sobre todo a partir de 1823. Tras la muerte del monarca regresó a Madrid en 1833 y ocupó diferentes cargos políticos durante la regencia de María Cristina, que le nombró en 1838 presidente del Gobierno y secretario de Estado, cargos que ocupó durante dos años. Aunque, como recalca Rodríguez López-Brea, convertido en un paladín del Partido Moderado. Fue nombrado senador por designación de Isabel II en 1845 y falleció en Madrid en 1849.

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